Intentando simplificar el motivo de los cuadros comencé a detenerme en la contemplación de lo cotidiano: Mi cuarto, la cama, el taller, los rincones y detalles de la casa. Imágenes simples y sin alteraciones evidentes. También me detuve en una serie de autorretratos a partir de fotografías habitando esos espacios.
El microcosmos de la intimidad, lentamente, comenzó así a crear un repertorio de imágenes que fueron tomando profundidad en el modo de ser pintadas más allá de la representación evidente. Las camas, revueltas, se volvieron también paisajes. Las escenas del taller se multiplicaron como un espejo infinito, reflejando el misterio que existe durante el mismo proceso de pintar. Los cuadros, de algún modo, fueron gestándose unos a otros hasta construir el relato de un mundo subjetivo, íntimo y creado cada día entre la imaginación y la cotidianeidad.